-. 2018.-
Joaquín Rodríguez Pinto
Nota del autor: se le recomienda al lector poner mucha atención.
Me dispongo a contarte mi historia de aprendizaje.
Cuando tenía como 16 años, yo era “todo un matador” – o me consideraba así, por lo menos; hoy me río de mí mismo, la verdad –. Iba a carretes, fumaba, tomaba y hacía otros tipos de cosas en las que creo no es necesario hacer mucho énfasis - supongo que ya se imaginan-.
Lo importante es que vivía de los excesos y para los excesos. De colegio, ni hablar. No me interesaba- y vaya que me arrepentí-. Tenía, también, todo un “ganado” a mis pies - y entiendan por ganado a mi manera estúpida de decirle a las mujeres a las que yo les gustaba-.
Pero todo exceso debe vaciarse en algún momento. Y en este proceso vi mi vida transformada.
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A esa misma edad, al final de año, me invitaron a un carrete. Luego de convencer a mis papás, salí – obviamente a la previa- y me fui para la casa de mi amigo, donde nos pusimos a tono inmediatamente. A eso de las 11:30 salimos, happy, con dirección a una botillería que conocíamos. Y luego de trapichear conseguimos nuestro cometido.
Llegamos a la fiesta. Todos nos saludaron alegres –estaban igual que nosotros –, y empezó la jarana. Tomaba, y no recuerdo cuántas veces salí para hacer otras cosas, reitero, en las que no tengo que hacer énfasis para que entiendan a lo que me refiero. Estaba pasándola como nunca, sin duda era al mejor carrete al que había ido en toda mi vida –también en el que más había consumido –.
Pero el exceso se vació, y en menos tiempo de lo que pude evitar desmayarme o incluso darme cuenta que estaba mal.
Solo caí y, de eso, es todo lo que me acuerdo. Solo quedaron algunos recuerdos de mi amigo pidiendo ayuda y todos mis otros “amigos” riéndose y diciendo que no pasaba nada, que solo me recostara en el sillón.
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Desperté atontado y sedado, con mis papás al lado de mi cama, y con unas caras terribles. Solo verlos me hizo notar que algo malo había pasado. Pronto, dilucidé que me encontraba en la clínica y que del día del carrete (28 de diciembre del 2018) mi vida se había saltado 31 días en el tiempo en un solo parpadeo – sí, estuve en coma un mes, hasta el 28 de enero del 2019 –.
Había escuchado que la gente que cae en coma ve a su familia, los escucha y se vuelve como omnipresente. A mí no me pasó nada de eso. Solo parpadeé.
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Y esa pequeña instancia me cambió la vida – qué cliché –.
Desde ese momento me planteé nuevas metas. Metas reales, no como andar con esta o andar con esta otra. Tenía aspiraciones laborales y de estudios. Subí mis notas. Mejoré la relación con mis padres. Pero más que nada, me hice consciente de todo el daño que me había ocasionado a mí mismo y me prometí no volver nunca más a eso.
Pasado un tiempo, llegó el momento de la graduación y, junto con esto, la tan añorada FDG (Fiesta de graduación). Muchos la esperaban, era el carrete más importante y exclusivo de todos. Para mí era la prueba final de mi nueva fuerza de voluntad, tendría que resistirme de consumir lo que fuese que me ofrecieran. Por suerte, para esa época, tenía una hermosa polola que me ayudaría. Gracias a dios, superé la prueba.
Habíamos salido del colegio, yo había logrado subir mis notas y pude entrar a estudiar ingeniería en la universidad que quería. Mi polola ahora era mi novia –y pronto se transformaría en mi esposa –. Todo iba bien y yo estaba feliz.
Salí de la universidad dentro de los 15 mejores egresados, y poco después me casé. Obtuve un trabajo sostenible en el que ascendí rápidamente. Al cumplir los treinta años me enteré que iba a ser padre. El momento más feliz de mi vida.
Con el ser padre vinieron muchos momentos, alegres como los primeros pasos, emocionantes como las graduaciones kínder, octavo y cuarto, tensos como las discusiones adolescentes. Por suerte, mi hijo fue más tranquilo que yo y fue aún más fácil hacerle entender los peligros de los carretes, específicamente de consumir drogas y alcohol, porque tenía mi propio testimonio de vida. Yo sabía como se disfrutaba estando drogado y, también, sabía que se podía disfrutar de igual manera sin estarlo. Por lo tanto, quise traspasarle eso a mi hijo.
Mi hijo creció, paso todas las etapas en un cierto equilibrio aparente. Y me dio el segundo momento más feliz de mi vida y fue el de tú nacimiento, mi único nieto.
Ya estoy viejo y he vivido mi vida. Solo quiero que sepas que tu abuela y yo estamos orgullosos de ti, tal como tus padres.
Sin embargo, el día en que me vaya quiero que la cosa que más recuerdes de mí sea esta experiencia que viví a tu misma edad – si hoy estamos en el 2090 – hace… setenta y dos años atrás. Y es que: debes cuidarte, cuidar tu cuerpo y tu espiritualidad. La muerte es lo único cierto e incierto a la vez, sabes que ocurrirá mas no cuando, ni el porqué. Y a eso voy, deja que la vida designe tu fin, no pongas tú la causa – como yo lo estaba haciendo al descuidarme de esa manera –. Y con esto quiero decir que debes procurar en tu vida hacer las cosas por tu bien, el bien de tu familia y el bien de todos.
Esta filosofía me devolvió el equilibrio y me hizo llegar lejos y, más importante, ser feliz…
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El intenso y continuo pito del monitor cardiaco marcaba la irreversibilidad de la decisión tomada.
– Hora del deceso por desconexión a suministros vitales,16:40 del día Domingo 27 de enero del 2019, 30 días después de que el paciente cayera en estado comatoso– dijo el doctor y se retiró luego de despedirse de los padres.
La madre aún lloraba, el padre se preguntaba si había hecho lo correcto.
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Nota del autor: “Aprender de los errores” es una frase que está muy presente en nuestra vida. En este pequeño relato te hago el llamado a replantearte lo que entiendes de esta y cuándo tiene sentido. Aprender de los errores solo tiene sentido cuando va unido al afán de intentar no errar. Y el errar o desviarse conscientemente del camino trae consecuencias, que en muchos casos no te dan una segunda oportunidad en la que puedas poner en práctica ese “aprendizaje”.
Pero… ¿A qué me refiero?
No puedes vivir para caerte y levantarte, tampoco gateando. La idea es vivir intentando caminar, evitando caerte. Sí, lo más probable es que te caigas, y es ahí cuando aprender tiene un sentido.
("La Irreversibilidad de las Decisiones" dibujo digital, de: Joaquín Rodríguez Pinto)
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