-. julio 2020 .-
Joaquín Rodríguez Pinto
Pareciera que al nacer, de forma involuntaria e inconsciente somos subyugados a un constructo de realidad establecido por un ente atemporal al que llamamos sociedad. Esta sociedad se transforma en nuestro medio, una pecera, más grande o más pequeña, delimitada por paredes de cristal que debaten si su protagonismo recae en lo que internalizamos o en lo que realmente experimentamos y necesitamos para no morir. Esparcidos como artemias y tubifex en la pecera, tenemos creencias, valores, dogmas, estereotipos, teorías y leyes, a modo de alimento para nuestras incertezas del ser, con el claro propósito de evitar nuestra errancia desasosegada. Está claro, podemos transcurrir un cierto periodo en esta pecera sin morir y funcionando dentro de este constructo, en armonía con el status quo y abotagarnos de artemias cuando nos nacen inquietudes, pero ¿Qué es una pecera? ¿por qué una pecera? ¿por qué artemias y tubifex? ¿qué hay fuera? ¿qué hay dentro? y ¿cómo funciona?
Cuando empezamos a cuestionarnos de esta manera y comprobamos la intangibilidad de las posibles respuestas, nuestras branquias parecieran transformarse en nada más que pulmones, y el agua que era el medio invisible, incuestionable y combustible, mediante y por el cual nos movíamos dentro de esta pecera nos empieza a ahogar. Nos falta el aire. Pero, ¿cómo podemos necesitar algo que no sabemos que existe y que nunca hemos experimentado?
Filosofía.
No se trata de responder estas preguntas; de hecho, esperemos nunca concretizar los conceptos que se cuestionen, aunque sí concluir a partir de ellos. Por el mismo motivo, se hace más fácil entender la filosofía desde lo que no es. Y esto aún más, dado que es dueña de una eterna inconformidad proactiva y una exponencialidad in-trazable.
Se hace necesario, entonces, apropiarnos y usufructuar de nuestra sumersión, no el momento de la recompensa, sino justo el instante previo a ella. Ese momento en el que somos peces ahogándonos en agua. Y hago referencia a lo que dicen los siguientes autores:
“[sobre la filosofía]...búsqueda de todo lo problemático y extraño que hay en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral”(Friedrich Nietzsche, Ecce Homo); y: “Tampoco la filosofía ofrece consuelo o sosiego frente a las tribulaciones de la vida cotidiana”(Carlos Peña, El Mercurio,02 de marzo de 2018).
Por lo anteriormente mencionado, es que, en este ensayo, quiero establecer la gran importancia y valor que la filosofía tiene en nuestra sociedad (nuestra pecera), en la medida que nuestro fin sea realmente vivir.
Concibo a la sociedad como un concepto dinámico, ya que no posee una perdurabilidad en el tiempo en asuntos relacionados con lo humano, que es el módulo básico de su existencia; lo que conocemos como malo y bueno va cambiando según épocas, conocimiento, cultura y un gran montón de causas. Pero nada de esto “es”, sin que antes nazca de un individuo la inquietud ante lo establecido, sin que antes se provoque esa incomodidad que nos impulsa a analizar y pensar lo supuestamente impensable. Es este el punto coyuntural, que se da todo el tiempo y que nos permite avanzar, no como una masa hacia una dirección aleatoria, sino como sociedad hacia una meta establecida por nosotros mismos.
Sin embargo, y lamentablemente, nos hemos acostumbrado a las anteojeras de caballo. Se hace más cómodo el transitar la vida de manera automática, presentarse al mundo con un set de valores preestablecidos, hacernos ignorantes de la otredad, y por consiguiente de uno mismo. Una sociedad poco empática, que bufea ante la injusticia con el fin de ostentar sus principios, pero que en la práctica prefiere evitar las consecuencias de defender al otro. Y no estoy afirmando que deba hacerlo –que cualquiera podría–; estoy evidenciando la incoherencia, en la que vivimos y que hemos “normalizado”. La hipocresía. Nos movemos de lo polémico a lo mediático, sin que alguno genere un impacto emocional en nosotros. Globalizamos y universalizamos, haciéndonos víctimas de los placeres aparentes que nos arrastran a un ensimismamiento nocivo, un individualismo que no nace de una meditación, mas sí de la inercia que produce este andar acérrimo, pero carente de rumbo, ruta y sentido.
En este punto en que nos encontramos, la filosofía –que no supone más de lo que es y que no representa ganancia ni esa tranquilidad viciosa– es desarraigada de nuestra sociedad, se vuelve un estorbo.
Vemos, por ejemplo, cómo se discute si es necesaria la presencia de ella en las mallas curriculares de los colegios –y no sólo en nuestro país–. También cómo se gatopardea su eliminación, buscándola y encontrándola en cada disciplina existente; ¿justificando su prescindibilidad basados en su omnipresencia? –nuevamente la incoherencia–.
Y con respecto a lo anterior, quiero insertar otro punto a considerar, que creo, importante. Y quiero expresarlo con un dicho de Zhuangzi (filósofo, pensador chino del siglo IV a.c): “Todos pueden ver la utilidad de lo que es útil, pero no pueden comprender la utilidad de lo que es inútil” ; esta sociedad se ha convencido de la inutilidad de la filosofía. El ejemplo de la discusión de la mantención o eliminación de filosofía en la enseñanza primaria y secundaria, es la demostración perfecta de cuáles son nuestros objetivos como sociedad, si lo útil o lo inútil. Y la forma en la que estamos respondiendo se inclina, por su puesto hacia lo útil, y ¿qué es lo útil? Lo útil es lo fáctico, lo productivo, lo lucrativo, lo reactivo y lo inmediato. Para cerrar este punto, quiero hacer referencia al artículo de Txetxu Ausín (Científico español Titular, Instituto de Filosofía, Grupo de Ética Aplicada, Centro de Ciencias Humanas y Sociales CCHS - CSIC): “la filosofía no es útil ni inútil; es INEVITABLE”. Y sobre esto mismo hacer un último punto.
Si nos es difícil encontrar la utilidad de lo inútil, ¿cuánto más nos lo será el encontrarla en lo inevitable y, todavía más, evitarlo? El cuestionarse y buscar una respuesta (filosofía) está presente en todas las áreas en las que el ser humano se desarrolla, es decir, su lugar como concepto no es solo un infinito inmaterial (noúmeno), sino que se desarrolla en un tiempo constante; y su valor va más allá de lo que podríamos expresar, pues el tratar de encontrarle el valor a la filosofía está, también, enmarcado dentro de ésta misma, y este hecho de llegar a cuestionarse a sí misma es paradójicamente una parte importantísima de ese valor.
A modo de conclusión podríamos decir que la filosofía no es el antídoto a los males de nuestra sociedad, es más bien un germen, un agente leudante que está incrustado dentro de cada uno de nosotros y que se expresa en todo lo que hacemos, siempre en la búsqueda; que al fermentar provoca una angustia movilizante.
En cualquier ciencia o posición, momento o etapa, “nos va a faltar el aire”, eso con lo que no contamos, eso con lo que no sabemos que podemos contar. Jugaremos y oscilaremos entre los límites, tratando de ceñirlos o ensancharlos según avancemos en consenso. La filosofía es un inevitable para el hombre y se hace imprescindible a medida que la reconocemos y aterrizamos en nuestras vidas. Solo en la consciencia de nuestro poder de decisión, reconoceremos tanto la libertad que nos otorga la capacidad de adueñarnos de lo absurdo que nos suena que un pez se esté ahogando en agua, como de la importancia de la filosofía en una sociedad que se define y construye a sí misma desasida de lo que “es” porque siempre “ha sido”. ¿Es la filosofía necesaria para no morir? –puede que no o puede que sí, pero ¿Es la filosofía necesaria para vivir?–.
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