-. semestre II, 2020 .-
Joaquín Rodríguez Pinto
― Hoy es uno de esos días, la sombra vino a acompañarme. Gracias a eso, tuve que desinvitar a todas mis emociones, no se enojaron por supuesto, ya que no andaban con mucho ánimo hace días. Además, todos sabemos que la sombra nunca avisa que viene, solo llega.
Me desperté con la mandíbula adolorida. De nuevo había soñado lo mismo. Estoy esperando fuera, en el umbral de la puerta listo para recibir a mis familiares. Me pregunto porqué se comportan tan extraños, mi tío acaba de darme la mano, jamás me había dado la mano, siempre me da un abrazo. tampoco me ha mirado a los ojos.
― ¿Y si ya sabe?
― Si es así, y esa fue su reacción, puedes ir olvidándote de él. Las conversaciones que tenían ahora solo serán un borroso recuerdo, eso y nada más.
Mi tía no ha podido decidirse por una cara para saludarme y al final me ha mirado con una amalgama de gestos desatinados. Se ha notado su esfuerzo por disimular, pero siento un hielo en el corazón cuando me abraza.
―¿Qué ha sido del calorcito que traían consigo los abrazos que me daba?
― De seguro tu tío le ha dicho. Ya sabe. No será lo mismo. Ya la perdiste.
Para este punto mi mandíbula inferior presiona tan fuertemente la superior que siento cómo mis dientes batallan para no colapsar y aplastar mi lengua. Siento ese maldito pito en mi oído de nuevo.
― Relájate. Esto tenía que pasar tarde o temprano.
― No puedo relajarme, y sí, lo tengo claro. Pero me da angustia pensar cuán solo me voy a quedar. No resisto la idea de que todo cambie tan abruptamente, y ya lo ha hecho, no hay vuelta atrás. Lo peor de todo es que ni siquiera he dicho una palabra… tampoco pensaba decir nada, quería hacerlo pero sabía que no sería capaz.
No han llegado mis padrinos.
Cruzo el umbral de la puerta y luego el recibidor. En la pequeña sala se hallan todos sentados, conversando. Miradas furtivas.
―¿Dónde me siento?
― Siéntate ahí.
―No, ahí no, he visto lo incómodo que se ha puesto mi tío al verme buscar asiento con la mirada y notar que había uno desocupado a su lado.
― Quédate de pie.
― Necesito salir de aquí, el aire está muy denso.
Ahora en el recibidor, veo que la mesa está llena de comida tipo snack y botellas de bebida de tres litros. Quizás un poco de fanta y unas papas sofoquen este vacío y retorcijón que siento en mi estómago.
― Es inútil, la comida no llena un corazón huérfano.
Salgo nuevamente, cruzo el umbral de la puerta.
― Ojalá siempre fuera así de fácil salir.
Camino por la vereda, los pastelones son como los que están fuera de mi casa. Ahí vienen. Mis padrinos. Él y ella. Mi tío y mi tía.
Él me saluda, como siempre.
― No lo sabe.
― Lo he notado, no hay escrutinio en sus ojos ni desconfianza en sus movimientos.
Él se adelanta a mi madrina, para no retrasar más su llegada a la junta. Ella, sin embargo, decide caminar conmigo.
― ¿Sabrá?
― No lo sé, aunque todo apunta a que espera que le digas algo.
― Sabe que algo guardo, pero ni siquiera lo imagina, mira cómo me interpela su mirada.
―Tía… ― al decir tía en voz alta, una sensación eléctrica, fría y paralizante, se inicia en la planta de mis piés y me recorre por completo, nublándome la visión al pasar por mis ojos. Una contracción involuntaria dilata repentinamente mi pupila, desenfocando mi vista. Ella es ahora solo una mancha.
― Debes hacerlo ahora, ¿cuándo fue la última vez que pudiste estar a solas con ella y cuándo será la próxima? Además, si se lo dices ahora le darás la importancia que siente que tiene para ti.
El pánico me inmoviliza, atora mi garganta.
― ¿Y si la pierdo a ella también? Qué va a pasar con todos los momentos que nos quedan por vivir juntos, todo lo que ya hemos vivido, qué pasa si deja de amarme, qué hago con todo el cariño que le profeso y todo lo que la necesito…
Una capa cristalina cubre mi córnea y prolongo un pestañeo para absorber esa lágrima que amenaza con desbordarse; ese esfuerzo me provoca un fuerte pálpito dentro del cerebro. La sola idea de que ella se esfume de mi vida, me hace verme inmerso en una vulnerabilidad, que solo puedo comparar con un cuerpo desprendido de su piel.
― ¡Reacciona! Sabes que este es el momento, no puedes faltar a la confianza que tantos años de relación han forjado. Ahora.
― Tía…
Aparte del dolor de mandíbula, el nudo en la garganta aún no se me deshace. La angustia y la frustración se despiden de mí a los pocos minutos de haber despertado luego de haber notado la presencia de la sombra.
Nos quedamos mirando fijamente.
― Nada de lo que haga o diga hará que se vaya.
Está sentada en mi silla de escritorio mirando hacia mi cama, con el torso lo suficientemente inclinado para que pueda apoyar su brazo en la superficie de vidrio, sobre la que está mi cuaderno de pensamientos. Ha estado toda la noche viéndome dormir y soñar.
― Probablemente también ha leído el cuaderno.
― Eso seguro.
Aún pienso en lo que no le dije a mi madrina.
El cuerpo me pesa. Siento lo inerte de cada músculo y lo afectados que se ven por la gravedad.
― Qué lerdo me siento.
El párpado superior presiona al inferior por lo hinchado de mis ojos.
― ¿Habré llorado dormido?
No siento ni un ápice de motivación, solo necesito que se acabe nuevamente el día, o que el tiempo se detenga y que yo me detenga con él, o que pase y no me dé cuenta. Quiero que venga alguien a quitarme esta abulia, pero no quiero saber nada de nadie. Quiero compañía y soledad.
― No sé qué siento.
― Sí sabes, sientes nada. Y esta nada es a algo, como la sombra es a la luz.
― No puedo con esta sombra.
― No se trata de poder o no, se trata de utilizar tus opciones.
― Pero, no las tengo.
― Exacto.
La sombra se queda entonces. Y esta nada que siento o que más bien no siento, me distorsiona lo que sé y lo que no.
Estoy en mi pieza y ahora ya no sé dónde estoy. Este estante no es el mismo que yo tengo… ¿Cómo es el estante que tengo?... ¿tengo un estante?... La sombra se pasea danzando por toda mi habitación, y a su ritmo olvido lo que soy, me desprendo de mí y de lo mío. Lo que veo ya no significa. Las palabras no suenan ni proyectan realidades. Únicamente existo y oscilo en el trance de la nada.
Bailando con mi sombra, todo se hace nada y la nada se vuelve mi todo.
Abro los ojos, aunque no estaba durmiendo. Ahora, la sombra se para frente a mi espejo y miro a través de ella mi reflejo.
― No tengo presencia, ni porte, ni apariencia, no represento nada agradable a la vista.
Esos ojos que miro y que me miran, no tienen clemencia en su juicio, son crudos y me acechan. Ahora, dudo de quién de los dos es yo.
― ¿Acaso, la vida tras el umbral de ese espejo, se representa a sí misma? ¿Puede el espejo reflejarse a sí mismo como yo miro a mis propios ojos?
Dentro del reflejo de mi pupila veo lo que mi pupila refleja que ve.
― Un espiral de nada. Sombra.
Sombra déjame solo, pero no te vayas.
O llévate lo que soy, quítame lo que siento,
muta mi ser, aléjame de mí.
Ya no me quiero dentro de mí, sácame de aquí.
Libera a estos huesos de esta consciencia
tan macabra.
No quiero saber lo que soy, ni por qué soy,
quiero ser sin saber que soy,
existir sin pensar… como una piedra.
Si no soy yo, sabré si todo lo demás existe.
Si no soy yo, no sabré de lo demás;
lo demás no será más que lo que es y no lo que soy.
Sombra… (inhalo)… sombra… (exhalo)…
(Agua de la miseria, que deslavaste mi tiempo)…
(Sombra, ya no veo).
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