-. agosto 2020 .-
Joaquín Rodríguez Pinto
La relación que existe entre el pluralismo moral y una sociedad moderna, es una relación consecutiva y , al mismo tiempo, exhortativa. El carácter de consecutiva va en el sentido de que una sociedad que se desarrolla, crece y se expande se establece como una causal, cuya consecuencia es este pluralismo moral -diverso, pero no excluyente-. La misma modernización es este tránsito a la pluralidad. Y en este universo lleno de conjuntos que se intersectan entre sí, es que ésta sociedad “moderna” se ve exhortada a proveer soluciones integrales para las distintas cuestiones morales que se presenten dentro de ellas.
Legislar en una sociedad pluralista implica generar leyes que, por un lado, expresen esta diversidad moral en su sentido macro, y que a su vez, permita a cada una en su singularidad ejecutar esta moral sin verse coartadas en ello. Una ley que le dé base jurídica a las distintas creencias morales, pero que no obligue a quienes no las comparten.
La primera y la más evidente, es cuando aparecen grupos cuya “moral”, movida por concepciones ideológicas o religiosas, busca presentarse como mesiánica y se auto-confiere la facultad de establecer lo que es mejor para todos/as, tanto como lo debido y lo indebido. Esto representa una gran dificultad para la sociedad pluralista, porque por un lado al legislar se debe dar base jurídica a los grupos ya mencionados, y respetar al mismo tiempo todo el resto de grupos y sus morales propias. La segunda dificultad se deriva de la primera, tiene que ver con que en estos procesos legislativos, los resultados son siempre perfectibles, lo que se pudiera ver tanto como una fortaleza como una debilidad, y en casos como este se producen desacuerdos entre los grupos. Es decir, que las leyes no siempre van a dejar contentos/as a todos/as, por el simple hecho de que las sociedades pluralistas dan, también, cabida a concepciones monistas; e incluso puede nacer disconformidad en grupos que no lo son.
La legislación, tiene la función de actuar como ente integrador y representante, a través del cual converge toda esta diversidad de grupos y sus concepciones morales, respetando los derechos de las personas, y, como ya mencioné anteriormente (de acuerdo a lo que pienso), debe permitir la convivencia sana y la libertad de expresión. Y lo anterior se basa en el hecho de que la diversificación de la moral en la sociedad moderna impide y hace inútil cualquier esfuerzo de “unificar” todas las construcciones de moral que existen por “acreción”. Es como tener un árbol muy frondoso y lleno de ramas, e intentar amarrarlo, para ceñir sus ramas al tronco, de manera que estas no excedan un radio específico. Es simplemente irracional.
Se hace necesario, entonces, que la función de la legislación sea proteger las libertades de todos/as de vivir de acuerdo a nuestra concepción moral, pero que en ese camino nadie se vea obligado/a a comportarse en contra de sus creencias o, a la inversa, coercido/a en las acciones que las expresan.
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